Lo que vemos y lo que no vemos, pero si sentimos de NUESTRO CUERPO:
El poder está aquí, sólo que si no lo sabemos, es como si no lo tuviéramos.
Actualmente me encuentro haciendo la certificación en el Código de la Emoción, una de las “terapias” (por así llamarlo) que conocí a través de mí querida y dulce terapeuta Esmeralda. Apliqué en mi cuerpo durante el proceso con el cáncer y que hasta el día de hoy lo sigo usando, ya que es muy poderosa para sanar todas las áreas de la vida.
Podemos hacer una prueba: vamos abrir las manos, las juntamos y empezamos a frotar por 2 minutos, las movemos rápido sin parar. Luego separamos las manos, cerramos los ojos y las colocamos frente a nuestro rostro, bajamos lentamente por el cuello, bajamos al pecho (nuestro corazón y pulmones), luego al estómago (nuestro plexo solar), pasamos por el vientre (nuestros órganos reproductores) y luego las dejamos estiradas a los lados por un minuto. Sentimos como la energía que se ha condensado en nuestras manos es capaz de reactivar nuestras células y nuestra energía, con el fin de liberarnos.
Podemos hacer círculos en sentido contrario a las ajugas del reloj cuándo vamos pasando nuestras manos por nuestro cuerpo, visualizamos una luz blanca o plateada saliendo de nuestras manos que se inyecta armoniosamente en nuestro cuerpo a medida que hacemos esta increíble herramienta de sanación (también podemos llamarla ejercicio, terapia o meditación, el nombre con el que mejor nos sentimos).
Partiendo sobre la base de nuestras creencias, tenemos la capacidad de llevarlo a un nivel de consciencia espiritual más allá de la fórmula conocida de cada una, con el fin de abrir nuestro corazón y trabajar en activar el manantial del Amor que yace en lo más profundo de nuestro ser, primero inundándonos a nosotros mismos con este flujo, para luego poder expandirlo hacía los demás.
¿Cómo conseguirlo de acuerdo a nuestro sistema de creencias?
Si somos cristianos, nos podemos conectar con la energía de la Comunión, mientras los hacemos visualizamos y sentimos como cada célula de nuestro cuerpo se va rejuveneciendo cuándo entra a nuestro cuerpo, también podemos conectarnos con el sacramento del matrimonio, con la consciencia de la unión interna de nuestro cuerpo, alma y espíritu; al mismo tiempo podemos pedir asistencia a nuestro señor Jesucristo para que la Luz de la divina misericordia penetre en todo nuestro cuerpo, desde nuestro corazón hasta expandirse por resto del cuerpo y regresando a nuestro corazón. Permitiéndonos visualizar como luego sale de nuestro corazón y se proyectan hacía nuestros seres queridos, hacía nuestro país, hacía el mundo, vemos como el planeta tierra se encuentra cubierto por una capa de luz brillante.
Si seguimos la tradición hebrea, podemos conectados con la Sefirot de Tiféret, que refleja la energía de la armonía y la belleza. Al ser la Sefirot que funciona como el filamento de la bombilla, equilibra las fuerzas de la “compasión” que contiene Jésed y el “juicio” de Guevurá, con estas dos fuerzas juntas manifestamos la energía Divina. Creamos un verdadero equilibrio, sabiendo que el Amor es la fuerza que nos permite respetarnos a nosotros mismos, conectarnos con el amor hacía la vida, la naturaleza y otras personas, con nuestra creatividad y lo divino.
También podemos usar la poderosa herramienta que nos enseñan los Kabbalistas al visualizar dos de los 72 nombres de Dios: el quinto que contiene el poder de sanación מהש (Men Hei Shin) y el octavo, con el podemos desactivar la energía negativa y el stress כהת (Caf Hei Tav); cerramos nuestros ojos, visualizando como emanan rayos de Luz que impregnan nuestros tres cerebros: el que se encuentra en la cabeza, el Corazón y el Hígado, entrando desde la cabeza, pasando por el Corazón y bajando al Hígado, vemos como éstos tres órganos maravillosos brillan y vibran, para luego distribuir esa Luz al resto del cuerpo hasta la punta de nuestros pies. Meditamos en otra persona que este necesitando estas energías sanadoras.
Si somos de los que nos conectamos espiritualmente con la corriente hindú, activamos el cuarto Chakras (un punto energético situado en el medio de nuestro pecho), su nombre es Anahata (que significa intacto, no estancado). Para lograrlo hacemos tres inhalaciones profundas mientras repetimos en nuestra mente Anahata, luego tras cada inhalación repetimos el mantra Yam (manteniendo la mmm por unos segundos: Yammmmm). Podemos visualizar como una Luz de color verde sale del centro de nuestro pecho y va creciendo hasta expandirse por todo nuestro cuerpo, vamos sintiendo como fluye la energía pura de la creación. Está práctica nos permite sanar desde adentro y fortalecer nuestras relaciones a través del amor incondicional, nos empoderamos creando armonía en nuestras relaciones interpersonales.
A modo general partimos de trabajar en un Amor propio, para luego tener que dar. ¿por qué el corazón? porque cuando inhalamos, nuestros pulmones purifican el oxígeno, permitiendo que la parte que se encuentra conectada al corazón limpie inmediatamente la sangre que entrará al corazón y que posteriormente el corazón distribuirá por todo nuestro cuerpo. ¿Increíble no? Esto lo aprendí en una clase con Hannah Donagrandi en el Centro de Kabbalah de New York, que trato sobre cómo funcionan los órganos de nuestro cuerpo y la estrecha relación que tienen con nuestras emociones y como afectan cada órgano, convirtiéndose en enfermedades con el pasar de los años.
Podemos ser creativos e incorporar en nuestras meditaciones lo que hemos aprendido de diferentes corrientes espirituales, partiendo de la intención que tenemos al hacerlo (consciencia). Por otra parte, traté de llevarlo de un modo muy práctico y sencillo, si queremos profundizar en alguna rama en específica recomiendo buscar las vías para lograrlo (cualquiera sea).
Lo sencillo a su vez es poderoso. El objetivo de esta publicación es hacernos conscientes del verdadero poder del que hemos sido dotados y con el cuál podemos alcanzar TODO lo que necesitamos para avanzar. ¡Cuestiónate! ¡Pregúntate! ¡Pruébalo! Y espera los resultados, tan sólo causa y efecto.
Con mi más profundo Amor, Sarah.