La pureza asociada con la niñez nos remonta a nuestros primeros años de vida, esos años en donde aún no estábamos tan condicionados por las creencias.
A decir verdad, en los primeros años de vida aunque dependemos de las personas mayores y no podemos cuestionar lo que deciden por encima de nosotros, el estar tan conectados con la esencia de quienes somos, experimentamos el mundo externo de una manera diferente un nos mantiene alejados un poco de la tan llamada “realidad”.
Por lo tanto, la pureza asociada con la niñez, es más bien el enfoque completo en la esencia de quienes somos, en vez de la realidad de lo que tenemos.
Sin embargo, es también en estos primeros años de vida donde tendemos a ser más sensibles a la vibración energética que nos rodea. Y esto implica, el cómo manejamos lo que experimentamos a través de nuestros cinco sentidos, conjuntamente con el campo emocional y energético; tales como: el cómo nos miran, el cómo nos tocan, el dónde nos tocan, el cómo nos hablan, el tono de la voz, etc.
Por esta razón, es muy común que los niños tiendan a alejarse de personas -tratan de repelerlos, se aceleren o abrumen en ciertos lugares, tengan comportamientos impulsivos sobre ciertas partes de su cuerpo, la manera como alguien les habla o los toca. Inclusive, familiares cercanos como sus propios padres.
Otro punto interesante que debemos considerar, es que si bien todos nacemos siendo, puros, buenos y amorosos, cada humano está compuesto por una red compleja de ADN que muy bien pudo ser heredado del árbol genealógico, de vidas pasadas o/y absorbidas durante los primeros años de vida; lo que aporta un peso considerablemente sobre la forma de ser de un niño.
Ahora bien, la pureza asociada con la niñez, es cuando vivimos conectados desde la simpleza, desde nuestra esencia divina, desde nuestro doble cuántico, desde esa parte no-visible de nosotros mismos que nos acompaña a todos lados y con la cual estamos cien por cien unidos.
Y por supuesto, es en esa temprana edad de nuestra vida en donde sin importar qué, hablamos, jugamos y nos inspiramos con esa Esencia Divina. Nos encontramos en un estado tan puro y balanceado que somos la totalidad hecha humanos.
Entonces, ¿Qué nos pasa cuando crecemos? ¿A dónde se va ese estado de pureza? ¿Acaso nos volvemos impuros?
Lo qué pasa con la adultez, es que sin darnos cuenta a medida que crecemos nos compenetramos tanto en el mundo externo que llegamos a considerarlo la totalidad de todo lo que existe, es decir la llamada “realidad”. Esto nos conduce a ignorar o silenciar por completo ese estado de pureza nuestro que de hecho no se ha ido a ninguna parte, aún sigue con nosotros lado a lado.
La pureza de nuestro ser, como lo dije antes, es estar en un estado de completa vinculación con todas las partes de quienes somos, la parte visible -todo lo que compone nuestro cuerpo, y la parte no-física -las emociones y la energía.
Por lo tanto, no nos volvemos impuros, nos convertimos anti-puros. Es como si colocáramos muchas sábanas encima de ese estado de nuestro Ser, a medida que vamos creando creencias y así lo vamos ocultando con la falsa creencia de no pasar como tontos ante los demás; donde por cierto, cuando de adultos volvemos a re-conectar con esa parte de nosotros, llegamos a dudar de ella o pensar que estamos locos. Porque hemos estado por mucho tiempo dándole prioridad, importancia e imbuidos en la fiscalidad, en los paradigmas, en las creencias, en los condicionamientos que estructuran la sociedad.
Mentiría si afirmara que estoy 24/7 es este estado de conexión, pero cada día permito y siento más acercamiento con la pureza de quien soy; y esto lo he comprobado en la interacción ir he tenido con niños, ya que ellos me han confirmado en lo que he venido trabajando en los últimos años y que por supuesto va en el sentido opuesto del cómo un adulto común vive.
A decir verdad, ha sido uno de los procesos que más me ha costado digerir porque como ya sabrás no tengo 3 años, lo que me conlleva a lidiar con la mentalidad del entorno, sin permitir que estos me afecten y sin querer afectarlos a ellos, es decir sin querer cambiar su forma de pensar y vivir. Sin dejar de lado los incontables patrones con los que he tenido que lidiar, hasta que logro detectar la raíz de la creencia que ocasiona el patrón.
No obstante, para concluir con esta idea quiero compartir con ustedes que los niños me han enseñado a observarlos, a estar allí presentes con ellos, no para ellos; me han enseñado a reírme de todo porque estoy compenetrada en la interacción, por más tonto-racional que parezca; me han mostrado cómo despreocuparme, cómo mirarlos, cómo y cuándo tocarlos, cómo dirigirme hacía ellos aún cuando hayan hecho algo que me afecte a mi o a otra persona, con qué tono hablarles, qué tipo de palabras usar cuando quiero que ellos dirijan su atención hacia algo, cómo sacarlos del mood emocional, y mucho más.
Pero sobre todo me han mostrado el camino hacia cómo seguir avanzando desde quien soy, desde mi pureza.
Con más comprensión y claridad Sarah.