Era hace una vez, sobre un árbol que formaba parte de un bosque en cualquier parte del mundo, había una paloma sentada en su nido manteniendo calentitos sus huevos. Por alguna razón desconocida se había mezclado un huevo de gallina entre los huevos de la paloma.
Pasado el tiempo de incubación, empezaron a salir una a una las palomitas de sus huevos. Los pajaritos jugaban felices entre ellos, disfrutando del compartir sobre las maravillas que les ofrecía el árbol; siendo aún muy pequeños para empezar el proceso de aprendizaje.
Cuando comenzó la atapa de crecimiento hubo una de las palomas que se empezó a tornar un color marrón en sus plumas, le costaba cantar de forma armoniosa y entonada, siendo lo peor de todo muy tosca en batir sus alas para conquistar el aire con sus vuelos.
En una de intentar volar motivada por el resto de los hermanos, venció su miedo y se lanzo al vuelo, siendo atraída por la fuerza de gravedad hacia el suelo, de donde no pudo más nunca volver a subir al nido familiar.
Los animales del bosque comentaban y se burlaban al ver a la torpe palomita en medio del palomar. A medida que seguía creciendo se sentía inútil y bruta, al no poder realizar los oficios que comúnmente llevaban a cabo las palomas del lugar, lo único que sentía, es que cada día engordaba más y más.
Un día la señorita marrón como la llamaban, en medio de su tristeza empezó a llorar y correr, percatándose de que se había alejado del robusto árbol. Ahora fea, inútil y sola el panorama empezó a tornarse más feo que ella, cuando sintió el torrencial del agua que caía desde el cielo.
Buscando refugio logro colocarse debajo de un viejo tronco, donde también estaba un ratón.
La paloma desolada no paraba de llorar. El amable ratón le pregunto: ¿Por qué lloras?
Y ella le respondió me he perdido de mí hogar, pero peor aún me he perdido de mí misma: no se ni siquiera quien realmente soy, expreso Miss. Marrón.
El ratoncito emocionado de poder ayudarla le dijo: creo que puedo ayudarte, conozco exactamente el camino a tu hogar; de lo segundo deberás encargarte tú misma, respondió el ratoncito.
En cuanto dejó de llover emprendieron el viaje. Les tomo unos pocos minutos llegar a una hermosa granja donde había muchos animales. Al llegar al lugar, la palomita le dice este no es mi hogar, tu me dijiste que me llevarías a mí hogar, pero este no es el árbol donde crecí con el resto de mi familia palomas.
¿Palomas? Pregunto el ratoncito un poco confundido. Eres una gallina, mira allá esta el resto de tu familia.
Miss. Marrón se quedo sorprendida, al ver que había muchos de su misma raza y que, aunque no eran todos iguales, cada uno tenía su propia belleza.
Fue recibida con los brazos abiertos en este nuevo territorio, poco a poco aprendió los oficios que lleva a cabo una gallina y entonces sintió un ¡Aha Moment!
Cada día se sentía más feliz al darse cuenta de sus verdaderas habilidades, como por ejemplo que sus alas de gallina le permitían alzar el vuelo, solo hasta la parte baja de los pequeños arboles donde dormía y que no habían sido creadas para volar alto como las palomas. Que su color marrón provenía de una fina raza de gallinas ponedoras, donde a pesar de que había más gallinas, su propósito era único y distinto al del resto de la comunidad, lo cual le permitió enfocarse en su trabajo.
Poco a poco fue descubriendo quien realmente era, cuáles eran sus dones, talentos y capacidades para lo cual era buena: dar grandes y nutritivos huevos para la granja.
Cuando se hizo toda una Sra. Gallina disfrutaba dar a los dueños de la granja huevos, que era el principal ingrediente en los pasteles que vendían, así como en el desayuno preferido del pequeño niño de la granja.
Y dedico su vida disfrutando de servir a los dueños de la granja.
Con Amor Sarah